7 de octubre de 2010

De Paisajes y Sueños




Barinas desde el carro

Rara vez tenemos la oportunidad de revivir los recuerdos de la infancia. Sin embargo, hay uno que tengo la suerte de poder recrear de vez en cuando. Evidementemente, nunca será lo mismo de cuando era pequeña, pero logro acercarme bastante. Viajar en carretera por Venezuela siempre será uno de los recuerdos más recurrentes de mi infancia. Puedo decir con certeza que no hay cómo viajar por las calles de nuestro país. La verdad es que ésta es una de las formas de llevarse con la mirada el más vivo reflejo de la Venezuela de verdad.



Descanso en Mérida en algún viaje

Cuando vivía en Caracas de pequeña, solía hacer varios viajes al año en carretera hasta Gochilandia con mi familia. Nuestros viajes siempre comenzaban con la eterna pelea entre mi hermano y yo de me pido la ventana, la cual indudablemente, siempre perdía yo. A pesar de que viajábamos solamente cuatro personas en el carro, era rara la vez que tuviésemos espacio suficiente atrás para que mi hermano y yo cada uno pudiese estar sentado en ‘una ventana.’ Por lo general el carro venía lleno de maletas, bolsos, regalos y hasta una que otra mata que mi mamá compraba en el camino. Nunca faltaban en nuestros viajes Rocío Durcal y Luis Miguel. Me atrevería decir que hasta el sol de hoy, cada vez que escucho alguna canción de Rocío Durcal, me siento como Anton Ego en Ratattouile, pues me hace regresar a algún carro pasando sobre algúna carretera entre las montañas de Venezuela. Los viajes en carretera de mi infancia sabían a carne en vara, agua panela, pirulines y frescolita. Olían a pasto quemándose, a gasolina, y hasta a baño de carretera (sí, ese olor). Solía mirar por la ventana y ver por horas a la gente que vivía en cada uno de esos pueblos. Me preguntaba cómo serían sus vidas, e imaginaba que eran felices con tan solo sentarse a ver carros pasar. Me encantaba cuando por alguna razón se nos daba la noche aún viajando. Me asomaba por la ventana a mirar las estrellas mientras me arropaba con una cobijita en el asiento trasero del carro.



Irónicamente una de mis partes favoritas de viajar en carretera era la entrada a Caracas, ya en el final de nuestros viajes. Me emocionaba ver las vallas y letreros que eran (y siguen siendo) parte de la ciudad. La valla lumínica de Nívea siempre será un tributo a aquella época; a medida que se encendían los aros sentía que estaba cada vez más cerca a casa. Había una valla inmensa de Café Fama de América a la cual mi papá siempre le cantaba por el aroma yo lo sé, limpiáte el cul* con papel toilet. Año tras año esto nos causaba risas sorprendidas a mi hermano y a mi por la grosería tan horrible que había dicho mi papá. Para mí toda esa experiencia resumía nuestros viajes en carretera. Era una oportunidad de estar sentados todos juntos en el carro por unas cuantas horas. Una oportunidad de cantar canciones de niños y escuchar Amor Eterno una vez más. Pero más que nada, era una oportunidad de ver a Venezuela.

Hoy en día aún disfruto viajar por las carreteras de nuestro país. Puedo recrear ese recuerdo de mi infancia de alguna forma, aunque ahora lo veo todo diferente. Todavía me gusta mirar por la ventana, pero ahora me doy cuenta que en cada uno de esos pueblos veo reflejado a la Venezuela de verdad. En cada pueblo y en cada ciudad por la que uno pasa, se encuentran las mismas historias repetidas. No importa si es Valencia o Tucupita; Venezuela está en todos lados. Al mirar por la ventana me gusta observar a los niños jugando descalzos con pelotas decoloridas, a las señoras sentadas en sillas de plástico viendo los carros pasar, y a los hombres tomando cerveza con la panza afuera mientras analizan su próxima jugada de dominó. Son las mismas historias pueblo tras pueblo, pero también son las mismas historias en la ciudad. Los niños sentados en la planta baja de algún edificio jugando pelota o Nintendo DS, las chismosas mirando a la vecina con alguna facha repetida, y los hombres gritándole al televisor con cerveza en mano, esperando la próxima carrera del partido de beisbol.


En la Gran Sabana después de 16 horas de carretera

Viajar por carretera me ha enseñado que todos somos iguales, y todos queremos lo mismo. Quizás lo queremos en diferentes escalas; pero al final, es lo mismo. Pasar por cada uno de esos pueblitos me hace dar cuenta que ahí está la Venezuela de verdad, de la misma manera que está en cualquier metrópolis del país. Lo que pasa es que en las ciudades grandes cuesta ver esa realidad. La política, el estrés y el ajetreo hace que se esconda esa Venezuela; la Venezuela de la gente amable, criolla, buena y solidaria.

Desde pequeña he visto las mismas imágenes por la ventana del carro; paisajes que a través de los años parecieran no cambiar. Cuando necesito sentir la Venezuela que a veces me cuesta encontrar en Caracas, me consuela saber que siempre la podré conseguir en algún pueblo, sobre alguna carretera en el medio de las montañas.

1 comentario:

  1. Fabi me emociono muchisimo este pasaje, pues veo que se repite en toda nuestra America Latina, los pueblos, los viajes por carretera, los ninos jugando y los hermanitos peleando por la ventanilla. Lindo, descriptivo y de una limpieza que no se quiere parar de leer. Te felicito y te repito lo que ya te habia dicho algun dia!!! Escribe un libro, por favor!!!!
    Un Abrazo....
    Maria Cristina

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