19 de noviembre de 2010

Y yo y que ¿quéeee?


Video de César Muñoz - Cantando como todo un caraqueño - No lo dejen de ver, se van a reir!

Una de las cosas más complicadas de criarse en varios países es aprender a encontrar una propia identidad verbal. No es fácil adaptarse a un acento específico cuando estás rodeado de tantos acentos; los cuales además cambian cada 2 años. Mi primer idioma, por supuesto, fue el español, sin embargo, el acento no lo tenía muy claro. Aunque mis papás se fueron de Gochilandia hace muchos años, todavía tienen un acento gocho (sobretodo mi mamá); y es que es un acento difícil de quitar. Cuando uno crece escuchando ese acento en su casa todos los días, es inevitable que uno también termine hablando gocho. Esto fue así para mi a pesar de que nunca he vivido en Gochilandia.

La verdad es que mi acento variaba dependiendo de la persona con la cual estaba hablando. Si por ejemplo estaba en Caracas, mi acento era un gocho-caraqueño. Si estaba en España, era un españoleto-gocho, y, por supuesto, cuando iba a Gochilandia, el acento gocho salía a su máximo esplendor. Se desaparecía del todo la palabra de mi vocabulario y era reemplazada siempre por el usted. Y es que ése ha sido un dilema por el cual he pasado durante toda mi vida. Nunca he tomado una decisión consciente de cambiar mi acento, más bien ha sido como un switche que se pasa dentro de mí y que simplemente no puedo controlar. Hoy en día mi acento se mantiene bastante firme en un caraqueño gochificado, claro está que depende con quien estoy hablando. Cuando mis amigos durante el bachillerato me visitaban a mi casa, yo la rogaba a mi mamá que no me hablara para que no se me saliera el acento gocho delante de ellos. Y es que para mí es imposible hablar caraqueño con mi mamá o gocho con mis amigos caraqueños. Sencillamente no me sale el acento, es como si no supiera de su existencia.

Cuando me mudé a Miami decidí que tenía que hacer todo mi esfuerzo por controlar mis cambios de acentos. Miami es una ciudad compuesta principalmente por cubanos, colombianos, argentinos, ecuatorianos y venezolanos, y temía por el acento que quedaría si me dejaba influenciar. Es por eso que cuando me fui a Miami exageré el acento venezolano (principalmente el caraqueño) para asegurarme de no perderlo. Mis oraciones estaban compuestas por chama, osea, demasiado, burda, x, y por supuesto (aunque lamentable) el dulcísimo marica.

Sin embargo, lo más gracioso y particular de Miami no fue mantener el acento, sino conseguir la forma de entendernos entre personas de varios países sin que se prestaran a confusión las palabras. Más de una vez fue precisamente ésto lo que ocurrió. Con el tiempo aprendí que no se puede decir arrecho en frente de un colombiano, y que debo tener especial precaución cuando ellos dicen que se comieron a una vieja. En varios países las chichis son lo que para los venezolanos las lolas; y dependiendo del país, una mujer es catira, mona, rubia o loira.

En definitiva, el idioma y los acentos son unas de las cosas más enredadas para una persona que crece como crecí yo. Uno creería que es fácil definir un acento y una manera de hablar, pero cuando desde pequeño estás oyendo tantos coloquialismos y acentos diferentes, definitivamente cuesta mantener una identidad verbal.



Entre venezolanos, colombianos y ecuatorianos en Miami

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