1 de abril de 2011

Peleas


Mi hermano y yo, probablemente peleando por el carro zapato

Es increíble cómo la manera de resolver desacuerdos y discusiones va cambiando a medida que uno crece. Cuando uno es pequeño todo tiene una solución sencilla y rápida, pero los adultos tenemos la tendencia de complicar las cosas y hacer todo más difícil. A veces por falta de honestidad, otras por falta de creatividad.

Las discusiones entre mi hermano y yo siempre era resueltas de la misma manera. Todo empezaba porque alguno de los dos quería algo (por ejemplo, sentarse en la ventana) y gritaba Me pido la ventana. Esa era la pauta para una discusión larga y compleja la cual continuaba con la respuesto del otro Pues yo me pido la pelota, a lo que el otro le decía Entonces yo me pido el Nintendo y así sucesivamente hasta que uno de los dos gritara Me pido ser Dios. Eso era lo único que mataba a los demás me pido, era como la sacar papel ante la piedra y ganarse todo. El que decía que se pedía ser Dios ganaba todas las cosas que estaban en la lista de me pidos. Ahora, ¿por qué nunca decíamos que nos pedíamos ser Dios de primero en la lista? No sé. Quizás era un reto ver hasta donde llegábamos sin pedirnos ser Dios. Era un método absurdo, pero siempre funcionaba; el que perdía no tenía derecho ni siquiera de picarse.

Por supuesto, a medida que uno va creciendo se va complicando la manera de resolver discusiones, sobretodo cuando nos toca que lidiar con personas fuera de nuestra familia. Yo no podía pasar demasiado tiempo peleada con mi hermano porque a la hora de la cena me iba a tocar sentarme al lado de él de todas formas. Sin embargo, con mis compañeritos era otra historia. El desacuerdo más común entre los niños llevaba a que el picado se llevara la única pelota del partido (que había llevado él), y que los demás niñitos se quedaran sin diversión, sin amigo y sin pelota. Afortunadamente, cuando uno es niño olvida las razones por las cuales uno se molesta rapidito. Basta con un par de perdones y darle la atención necesaria al picado, para que no pase mucho tiempo cuando ya estén los niños jugando con la pelota de nuevo.

El problema llega cuando somos adultos. Cuando crecemos nos enredamos nosotros mismos y no sabemos cómo resolver los problemas con los demás. Si bien es cierto que los problemas cuando uno es adulto son más serios que cuando uno es niño, al final son las mismas historias las que nos llevan a discutir. A veces queremos las mismas cosas, y en el mundo de los grandes no se vale pedirse ser Dios. A veces queremos cosas distintas que nos llevan a distanciarnos, y siempre hay uno que se lleva la pelota y acaba con la alegría del otro.

Desafortunadamente, los adultos no olvidamos las cosas tan fácil. Recordamos con rencor las cosas que nos hirieron. Todo sería mucho más fácil si pudiéramos ser honestos con nosotros mismos y con los demás. Hay veces que nos toca aceptar que, aunque queremos lo mismo, hay cosas que sencillamente no funcionan y hay momentos en los que tenemos que darle el paso a lo nuevo. Hay veces que tenemos que ser honestos con los demás. Tenemos que recordar que somos humanos, todos cometemos errores, y todos hemos herido a alguien; tanto a propósito como sin querer. Es difícil perdonar, y es difícil llegar a un acuerdo que deje a todos felices, pero hay veces que tenemos que intentarlo. Hay cosas que valen que lo intentemos.

Es cuestión de escuchar. Es cuestión de intentar de ponernos en la posición de la otra persona y tratar de comprender su punto de vista. Una cosa tan sencilla como ésa puede ayudarnos a solucionar un problema que de lo contrario no sabríamos como resolver. Quizás sería más fácil recordar cómo resolvíamos nuestras peleas cuando éramos pequeños para ver si así aprendemos a terminar con las discusiones y comenzar con la comprensión.

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